Por las mañanas me gusta hacer un repaso a la prensa de la comarca, está muy candente el tema las Tiñosas, ya son unos cuantos días con la amenaza pesando sobre las casillas o cuartelillos de las Tiñosas, pues las quieren derribar de manera fulminante. Lo bueno es que al terminar de escribir estas líneas he leído algo que arroja un poco de luz ante tan complicado asunto y parece ser que a los habitantes de las Tiñosas aún les queda alguna baza más que jugar dentro de este improvisado juego de azar. Según leo en miciudadreal.es «una resolución de la Dirección Provincial de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes firmada el pasado 13 de enero ha condicionado la demolición del histórico poblado minero de Las Tiñosas, en Solana del Pino, a la realización y presentación por parte del promotor de un estudio referente al valor histórico-cultural de la zona con carácter previo al inicio de las obras. Consecuentemente, la alcaldesa Emilia Redondo ha dictado este martes la resolución de alcaldía que ordena la suspensión temporal de la demolición»
Y tras haber puesto esta nota de esperanza sobre esta historia os paso a contar algunas líneas de lo que nos transmiten Vicente Romano y Fernando F. Sanz en el capítulo VI del libro de viajes llamado “Valle de Alcudia” (La botas de siete leguas reeditado por la Biblioteca de Autores Manchegos), y que muchos enamorados del Valle de Alcudia y Sierra Madrona consideran un Verdadero “Documento Etnográfico”. El hecho que dos personas recorran a pie en el año 1962 el Valle de Alcudia ya es algo insólito; que además escriban un libro y lo cuenten tan bien y te enganchen es estupendo… pero que dejen una puerta abierta al pasado para poder empaparnos de cómo se vivía en aquel momento en las Tiñosas y en el Valle de Alcudia, a mí, personalmente me parece algo mágico.
Estas palabras suponen un documento etnográfico vivo, de un pasado y una vida que no hace tanto aconteció, que era bien distinta a lo que (por suerte) conocemos ahora, pero que no por ello, podemos olvidar…
» …-¿Qué tal es la fonda?- pregunta Vicente.
– No está abierta al público. Sólo es para los oficiales y jefes de la mina- dice Faustino
– Entonces, ¿dónde se alojan los viajeros?
– Aquí sólo vienen gente de la empresa.
Vicente se resigna:
-Bueno, iremos a dormir a las Tiñosas.
Faustino mueve la cabeza negativamente:
-Han cerrado el balneario porque están en obras, pero no os preocupéis: ya nos arreglaremos.
Por la tarde, después que los afeita un barbero viejo, andaluz, corto de tala y jorobado, de sobrenombre maestro ”Cuchilla”, los compañeros deciden acercarse a las Tiñosas, para conocer su famosa fuente de agua agria.
Cruzan el pueblo. La calle principal se bifurca en otras dos. Un indicador señala en letras negras sobre fondo blanco: a la izquierda, “Oficinas y casas de ingenieros”; a la derecha, “Casa de empleados y escuelas”. Las calles llevan nombres sencillos y sin pretensiones: de la Mina, del Casino, de la Escuela. En las afueras les da alcance un escopetero de la mina que se brinda a enseñar el camino de las Tiñosas.
Siguen a través de los lavaderos e instalaciones de uno de los pozos situados junto al pueblo. Por doquier se observa el aparente desorden de una explotación industrial: carriles, vagonetas, maquinaria y ruedas gigantescas, depósitos de agua, cañerías. Todo cubierto de polvo gris.
Pasan delante de un rejar donde se aprovechan los residuos de los escombros para fabricar briquetas y ladrillos. Los hombres miran silenciosos y responden mecánicamente al saludo. De vez en cuando la tierra retiembla con un ruido sordo que viene de lo hondo, de donde trabajan los mineros.
-Es el compresor-dice el escopetero.
Bruscamente se encuentran otra vez pisando la hierba bajo las encinas que rodean los pozos y el escopetero se detiene señalando unos chozos:
-Cuando pasen esa majada encontrarán la carretera.
La pista sube las primeras estribaciones de la sierra, al pie del pico Rabanero. En la cuesta adelanta a los caminantes un minero que trae el carburo y el casco en la mano. Sus ropas sucias conservan todavía la humedad de las entrañas de la tierra. Va a pasar de largo, pero Fernando lo retiene.
-Ya faltará poco para llegar a las Tiñosas, ¿verdad?
El minero asiente y se acomoda a su paso. Siguen con él por una senda angosta que de ja la carretera por la derecha.
-¡Vaya cuestecita!-resopla Vicente.
-Cuando hay que subirla es las noches de invierno, a la luz del carburo.
Durante unos momentos dedican todas sus energías al camino.
-¿Son muchos en la mina?
-Unos quinientos. La mitad venimos de los pueblos de por aquí. Pero últimamente muchos se marchan a otros lugares donde pagan mejor.
Alcanzan una zona frondosa con grandes pinos, álamos y olmos en la falda de la montaña. A su sombra se encuentra el balneario, cuyas aguas curan, según es la fama, las enfermedades de la piel. El minero sigue hacia el conglomerado de casuchas que forman el poblado de las Tiñosas y los cronistas se detienen junto a un viejo kiosco de madera que cobija una de las fuentes. Descuidada, sucia, manando de un caño roto, llena de piedras cubiertas de verdín y de óxido. El agua, fresca y burbujeante, tiene un sabor ferruginoso más fuerte que la de Puertollano.
Foto A.Maldonado (verpueblos.com)
Llenan la cantimplora y se acercan hacia las Tiñosas. Las casuchas se hacinan en un saliente, fuera de la sombra protectora de los árboles. Son como chabolas, construidas sobre los desniveles del terreno. Se alinean en callejas sin empedrar, donde aflora la pizarra. En los tejados y arrimados a las paredes hay algunos haces de támaras. Las casas son tan bajas que es preciso agacharse para entrar en ellas. Una persona de estatura normal no debe sentirse muy cómoda en su interior. Cerca de la valla de piedra que separa los terrenos del balneario, hay otra hilera de casuchas aún más pequeñas y estrechas que las primeras. Apenas alcanzarán los diez metros cuadrados y constan de una sola pieza y la cocina. Aquí las llaman cuarteles y las utiliza gente modesta que suele venir a tomar las aguas. Algunas están ocupadas ahora por mineros que trabajan en Diógenes.
Los viajeros suben al balneario bordeando un arroyo que se despeña por la ladera, bajo la sombra de magníficos castaños y chopos. El edificio del baño, lleno de ruinas y cascotes, carece de tejado, desplomado sobre las antiguas instalaciones. En el patio principal hay una pequeña piscina semicircular con gradas de ladrillos carcomidos. Las grandes baldosas del fondo rezuman agua; en el centro se encuentra el manantial. Un banco de mampostería, protegido por un porche, recorre las paredes. El agua fluye por doquier, formando numerosos charcos y cubriendo todo de una capa de óxido y vegetación.
Bajan de nuevo hacia el poblado donde se hacinan los mineros y sus familias. De una de las casa sale un viejo que camina lento hasta un rodal de hierba. Se sienta en el suelo, de espaldas al sol, contemplando a dos chiquillos que corretean por allí. Los amigos se detienen junto al viejo.
-Buenas tardes, abuelo. ¿Se está bien al sol?
– Ya es lo único que uno puede hacer.
El viejo, flaco, encorvado, de nariz aguileña, rostro sin afeitar y pómulos muy marcados, tiene una camisa de franela a cuadros, jersey gris oscuro sin mangas y calza botas de piso de goma estriada.
Lleva una gorra encasquetada que deja ver por los bordes una pelambrera abundante.
-¿Vieron ya los baños?
-Si. Es una pena que estén en ruina.
-Dicen que los van a arreglar.
El viejo se recuesta sobre la hierba, apoyándose en un codo. Los niños, sucios y polvorientos, juegan en la tierra con varias latas de conserva atadas con una cuerda.
-Voy a sacar una foto a esos niños-dice Fernando
-Ese rubiajo es hijo mío. Tiene ya cuatro años.
-¿Hijo suyo? pregunta Vicente extrañado-¿Pues qué edad tienen usted?
-Cuarenta y ocho años.
Los viajeros lo contemplan asombrados. Su boca desdentada y hundida, la piel acartonada y llena de arrugas, el pelo largo, gris casi blanco, son los de un hombre de más de sesenta años.
-Tengo el tercer grado de silicosis-dice como si leyera sus pensamientos. Hace una pausa acariciándose el mentón y con la mirada perdida y voz triste, continúa-: Hace doce años que vine desde Extremadura, de un pueblo que le dicen Berlanga. ¿Lo conocen?
-No.
-Ya llevo dos años fuera de la mina. No podía seguir y me echaron. Conseguí trabajar diez años. No es poco, otros acaban antes. Esta mina es muy mala. Acaba con todos. Hace dos años echaron conmigo a otros treinta, también con el tercer grado.
Vicente saca el tabaco y ofrece el paquete. El minero vacila unos instantes y, al fin, coge un cigarro.
-El el único vicio que tengo. No debería fumar, ¿sabe usted? Beber también me los han prohibido. Y el médico me ha dicho que tampoco me debo arrimar a la mujer. Así que esto es un conflicto…
En la amplia explanada terrosa y en cuesta que separa los cuarteles de las restantes casas, siguen jugando los niños con sus latas. Una mujer lava ropa en un barreño de cinc. Varias prendas se secan al sol encima de la hierba. El minero extiende el brazo hacia las casas:
-Miren el pueblo. Está muerto. Esa fila de cuarteles es del amo del balneario. Las demás casas son de la empresa.
En las calles sucias y sin urbanizar crecen hiervan y malezas. Las paredes muestran aún las huellas de la humedad invernal. Los palos de la luz se alzan por encima de los tejados.
-Ahora no es como antes-dice el minero-Ya hay algunas vacías.
-Al menos tiene ustedes luz eléctrica. Aquí en el valle en pocos sitios la hay.
-Sí, la trajo el otro año la empresa. Antes nos alumbrábamos con candiles.
Por la explanada sube un minero con el casco en la mano y la chaquetilla y la tartera colgadas al hombro.
-Ese tiene ya el primer grado-explica el silicoso-. Y aquel que está sentado. Y el de aquella mujer vestida de luto. Unos cuarenta o cincuenta en el último año. Y eso que la mina no es lo que era-se incorpora un poco y señala hacia una de las torretas de Diógenes-: ¿Ven aquel pozo? Es el número uno. Tenían que ver lo que suelta de mañana por la boca. Antes quedaba todo dentro; no lo ventilaban y tragábamos hasta el humo de la dinamita.
El minero del casco se ha detenido a charlar con el que estaba sentado.
Ninguno de los dos aparenta más de treinta años.
-Y lo peor en que están cargados de muchachos-prosigue el silicoso-.Al del casco lo echaron del pozo y armó jaleo. Se fue al ingeniero y le dijo que a dónde iba a buscar las comida de los críos. Al fin el ingeniero cedió y lo colocó arriba.
En las pausas de silencio, el minero fuma con avidez. Luego con voz monótona sigue hablando:
-Antes había un director francés que nos trataba mal. Se fue y pusieron a otro español que lo ha hecho bueno.
-Pero los médicos reconocerán a los mineros.
-¡Los médicos…!-el minero se encoge de hombros-. Había uno que era bueno. Nada más llegar se puso a reconocer a los obreros por rayos X.
En el primer examen echó a siete que estaban “pringaos”. Duró poco. Al poco tiempo se fue a Puertollano.
La brasa de la colilla casi le quema los dedos. Da una última chupada y la tira al suelo. Se echa después hacia delante y cruza las manos por debajo de la rodilla derecha.
-A mí me aconsejó muy bien. Buena comida, buena cama y nada de excitaciones. Me calculó siete años de vida si seguía sus consejos. Y no puedo quejarme, tengo un retiro de sesenta y una pesetas.
-Tampoco es mucho.
-Es que los chicos mayores ya me traen algo a casa. Mi hija, que tiene dieciocho años, está de cocinera con los ingenieros…Al que la sigue lo han colocado en el taller. Pudo entrar cuando me echaron a mí. ¡Un milagro!-se rasca la maraña del pelo y luego se encasqueta otra vez la boina-: Hay otros que están peor. Uno de treinta y dos años, también con el tercer grado, a quién no alcanzaba el retiro, tuvo que ponerse a trabajar en esa finca de al lado, en manzano. No durará más de dos o tres años, ¿sabe usted?. Aquí se han muerto de treinta y cinco años, treinta y uno y hasta de veintiséis… Los que trabajan abajo no aguantan más de ocho o diez años.
-Dentro de poco no habrá nadie que quiera bajar.
-Sí; son muchos los que se van. Hasta Alemania vuelan algunos. Ayer pidieron la cuenta cinco. Es raro el día que no lo hace alguien. No sé, aquí tienen que pasar algo…
El silicoso calla. Parece un poco fatigado por la larga charla. Vicente y su compañero se miran.
-Bueno, no queremos cansarle más.
-Al contrario. Para mí en una distracción.
-Aquí tendrá usted pocas.
El minero dibuja un gesto vago con la mano.
-Algunos domingos bajo a Diógenes. La empresa ha montado un cine y pone películas. Apenas hay tres kilómetros y echo casi dos horas en el camino. Si me ponen papel de fumar me ahogo…Así que casi no bajo. Y ya ven como tengo el pelo-se lleva la mano a la nuca-. De buena gana le daría hasta cinco duros al barbero porque subiera hasta aquí.
En la hierba del arroyo hoza un cerdo atado de la pata trasera a una estaquilla. Mueve incesantemente el rabo y gruñe cada vez que tensa la cuerda intentando alejarse.
-Es nuestro-explica el minero-Hace unos meses me dieron tres mil pesetas juntas en la mina.Cuando las traje a casa los muchachos dijeron que querían hartarse una vez de matanza. Así que compramos el cochino y lo estamos cebando. En otoño lo mataremos. Es la primera vez que haremos matanza. La madre también está contenta. Será un día alegre, y para lo que a uno le queda de vida…
-No piense usted es eso.
-Si ya les digo que por mí no me preocupa… Pero lo peor de todo son mis hijos. ¡Mírenlos! No sé cómo no los han recibido a pedradas. Es una lástima que no puedan aprender nada. Las maestras no les enseñan. ¡Que les van a enseñar si ellas apenas saben! A mi niña la echaron de la escuela porque pidió a la maestra que le enseñara los quebrados. ¡Pobres criaturas! Ya ven el porvenir que les espera…
-Ellos vivirán mejor.
-¡Si yo lo viera…!
Por el camino sube una furgoneta. Se detiene a la entrada de la explanada y los ocupantes descargan unos cajones de naranjas. Unos de ellos se asoma a las callejas y grita
-¡Naranjas a duro kilo y medio…! ¡Kilo y medio de naranjas por un duro!
Los niños dejan las latas y corren hacia la furgoneta. Otros se unen a ellos y pronto forman un corro curioso y anhelante en torno a los vendedores. Varias mujeres con bolsas y canastos se van acercando.
Los viajeros estrechan la mano del silicoso y regresan hacia Diógenes. Al pasar junto a la furgoneta, observan las naranjas, pequeñas y picadas. Algunas están tan podridas que los mismos vendedores las tiran al sacarlas de los cajones.»
Y con esto se cierra la puerta a las Tiñosas del 1962, es hora de que entre todos abramos la puerta al futuro de las Tiñosas del 2017, un trocito de la historia de la minería del Valle de Alcudia, una forma de acercarnos a los valores culturales que han formado nuestro carácter y nuestra forma de ser en este Valle… ¿quién sabe? quizá es hora de repetir alguna fotografía como las de Fernando y Vicente, ¿qué tal una foto de los niños de hoy jugando a juegos de ayer?
AlmaEcoturismo-Ester Serrano